domingo, 18 de noviembre de 2007

Fragmento de Carta para un sobre en blanco -que aún esta por acabar-

La primera vez que Paula estuvo en su casa también tropezó y se estrelló con la manilla de la puerta haciéndose un cardenal en la barriga que tendría que disimular con mentiras en la cama de Rubén. Una vez dentro, Paula se sentó en el sofá del salón y Sara se zafó de la chaqueta con dos movimientos para abalanzarse sobre ella como una fiera hambrienta, pero se encontró con unos labios que le pidieron que no se arriesgara a que las pillara su madre cuando volviera del trabajo. Y les pasó la lengua despacito por encima, hasta que encontró otra con la que enzarzarse sin resistencia. Y una boca que se alejaba por momentos, aumentando el deseo y provocando pellizcos y agarrones más propios de una lucha que de una escena sexual perfectamente dibujada. Era la segunda vez que jugaban a encontrarse en el mismo espacio, en los mismos centímetros de piel, y las manos correteaban peligrosamente cerca de zonas prohibidas hasta ahora.
Paula rodeó el cuello de Sara con sus brazos, y su espalda con sus piernas. Ella se limitó a clavar los dientes en su cuello y las uñas en sus muslos, en los que estorbaba cada vez más un ajustado pantalón vaquero. Se incorporó un segundo recuperando la conciencia perdida por la pasión y le susurró: esto está mal. La otra la agarró fuerte por la hebilla del cinturón y le dijo muy mal mientras la desabrochaba. Muy, muy mal. Su pelo rubio ondeaba encima del cojín negro que les servía de almohada, moviéndose y revolviéndose con cada giro que daba su cabeza en pos de los besos desenfrenados. Los ojos abriéndose y hablando con un lenguaje callado que las dos entendían a la perfección. Sus ojos, esos ojos verdes que Sara no podía olvidar –ni quería-. Los mismos que se cerraban con cada tímido gemido ahogado por los nervios y la falta de confianza en una casa en la que podía entrar cualquiera y encontrarlas enroscadas sobre el sofá, con la ropa tendida en el suelo hecha una maraña de trapo que no servía en ese momento para nada que no fuera entorpecer el paso al placer, a los pulgares que trazaban círculos por debajo de sus ombligos. Sara acabó de desnudar a Paula del todo y tembló. La cogió por la cintura y la acercó más a su pelvis. Ella se dejó hacer, y acompañó el movimiento de sus manos frías con el calor y la humedad de su entrepierna, fundiéndose en un todo. Se agachó para acercarse a la oreja de Paula y susurrarle muy flojito: “Esto esta muy mal, Paula”. Y se rompió el silencio con un gemido y un “esto esta jodidamente bien, así que no pares” que la encendió por completo. Comenzó a pasar la lengua por el lóbulo de su oreja, bajando hacia el cuello. Enganchó sus pezones entre la lengua y los dientes y le dio tiempo a ver que el cojín había pasado de estar bajo el pelo de Paula a estar en su boca, estrujado fuertemente por sus manos. Sus dedos, mientras tanto, seguían a la caza del punto que la hiciera perder la calma, penetrándola suavemente, con delicadeza, con calma, como si tuvieran todo el tiempo del mundo para ellas solas en aquel sofá. Volvió a incorporarse y lanzó con la mano que le quedaba libre el cojín lo más lejos que pudo. Se quedó unos segundos quieta, contemplando el rostro de Paula como nunca antes lo había visto y quiso grabar esa imagen para siempre en su retina. Se sirvió de su propio cuerpo para embestirla con suavidad una vez más, y otra, y otra.
Paula selló con un arañazo en la espalda de Sara el escalofrío que recorrió su cuerpo y el estallido de calor que le siguió. Ella la mordió en el hombro, en un gesto mitad espasmo mitad rabia de saber que aquellos arañazos no serían sólo suyos por mucho tiempo. Se quedaron así, entre caricias y besos unos segundos más. Y entonces Paula se echó a reír:
-Se me ha dormido el pie.
-¿Sí? ¡Qué dices! ¿Hace cuánto?
-Un rato... hacía mucho que no me pasaba... ¿No me vas a dar un masajín...?
Sara se incorporó y la vio completamente desnuda por primera vez La piel pálida, fina, sensible, cubriendo los senos, el ombligo, las ingles. Se detuvo a pasar la yema de sus dedos por cada lunar que encontraba, como quien une los puntos para formar un dibujo. El dibujo de una maja desnuda. El dibujo del placer hecho carne en sus propias manos. Después de recrearse como un alfarero definiendo los contornos de su obra maestra, llegó al pie y lo besó. Se puso de rodillas frente a él y comenzó a tocarlo con suavidad, mientas Paula se retorcía por las cosquillas y por la excitación. Le dijo todo lo que pensaba de ese momento, de ella. Que hacía mucho tiempo que no disfrutaba del sexo tanto. Que hacía mucho, muchísimo tiempo que no encontraba a nadie como ella. Nadie que le despertara tanto apetito, tanta sed. Y Paula retiró el pie bruscamente, tanto que Sara volvió a caer sobre ella con los antebrazos totalmente estirados, a un palmo de su nariz. Y le murmuró: Quiero pasarme el resto de mi vida en este sofá contigo. Pero Paula le cerró la boca con un beso, y nunca más volvieron a hablar de eternidad.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Encántame fiína! :D

Cat dijo...

Muy intenso, fragante y descriptivo en su justa medida. Me gusta.

Cati

No sólo sexo dijo...

Oye pues tienes mi número,
¿dónde andas que no te veo?

Jesús dijo...

Oye muy bien!!