jueves, 2 de octubre de 2008

Seguimos con el concurso

Amigos, se os pone complicada la cosa del concurso, aquí teneis a otra participante, Patricia, que apuesta fuerte por las esposas forradas y los aceites lubricantes.
No perdais vuestra oportunidad: a escribir y a participar.
a.menendezfaya@hotmail.com está esperando vuestros relatos.



Un beso al aire

Lo que más me jodía era que no le iba a volver a ver. Realmente, eso era lo que más me molestaba, porque no había querido darme su teléfono, ni su mail, ni nada. Todo sucedió de forma vertiginosa y, en el último momento, cuando la bombilla se me encendió, y le grité en medio de la calle que me diera su teléfono, sólo me lanzó un beso. Un sello imaginario que definía lo que nos había unido: una relación esporádica y fortuita...
Sólo le había conocido dos horas antes y me molestaba esa certeza de saber que no le volvería a ver. Fue en el metro, en un vagón atestado de la linea 6, yo estaba de pie, apoyada en la pared, intentando ocupar el menor espacio posible. Él subió en Moncloa y se abrió paso hasta situarse de pie, frente a mi. Yo en un principio ni me fijé en él. Sólo en su perfume. No olía a colonia, ni a after-save, sino a recién duchado, a jabón. Lo cual despertó mis sentidos, porque estaba rodeada de sudorosos cuerpos indefinidos que volvían después de un largo día de trabajo. Pero él no, él olía a limpio.
Sin pensarlo, levante los ojos del sucio suelo del tren para toparme directamente con los suyos, azules, límpios, que me debían de haber estado observando desde que se situara a escasos centímetros de mi. Nos miramos fijamente durante uno o mil segundos, sin pestañear. Y en ese momento el tren frenó. Su cuerpo empujó al mio contra la pared del vagón y noté su calor. En ese instante, su mirada fue demasiado intensa, y bajé los ojos, pero él, sin separarse de mi, me levantó la cara acariciándome suavemente la barbilla. Las puertas se abrieron, y en un impulso agarró mi mano y me sacó del vagón a la carrera. Nos cruzamos de vía y empezamos a besarnos como dos novios desesperados que llevan meses sin verse. Y sin saber como, me encontré en su apartamento, desnuda, sobre la cama, esperando impaciente que volviera de una excursión a la cocina. Si lo pienso, debimos de haber cogido el tren, salir del metro, andar por callejuelas, entrar en un portal y subir escaleras, no lo recodaba. Ni tampoco haber llegado a la habitación. Ni haberme liberado de la ropa. Sólo habían existido sus labios, su lengua, sus manos exploradoras y las mías.
Cuando comenzaba a tomar conciencia de la locura que acababa de cometer- ¿Quién era este tipo? ¿Estaba loco? ¿Salido? ¿Era un desequilibrado mental hormonalmente inestable? – apareció en el umbral, desnudo con un par de copas burbujeantes y una gran erección. No pude evitar detenerme en cada rasgo de su cuerpo, en cada pequeño pliegue. Disfrute de la visión de aquel torso y aquellas piernas como si fuera una obra de arte, y memorizar detalles sin importancia, como el lunar que tenía en la ingle o la cicatriz de su muslo izquierdo, o la mancha alargada al lado de su ombligo, o el ligero vello que unía sus pectorales. Noté como su mirada me recorría, intentando, tal vez, y al igual que yo hacía con él, poder recordar más tarde mis perfecciones e imperfecciones. Se sentó en la cama y me tendió un copa, yo me incorporé y no se la acepté hasta que mis labios no estuvieron a un centímetro de los suyos. Bebimos sin brindar, mirándonos, sin mediar palabra, como si el silenció fuera nuestro cómplice en aquella estancia. Yo no quería hablar porque me excitaba la idea de follar con un desconocido sin un antes ni un después. Supuse que él estaría pensando algo parecido. No, lo supe. Sus ojos me lo estaban diciendo cada vez que parpadeaban para volver a inundarme con su mirada. Sus labios también lo insinuaban cada vez que se contraían para beber de la copa. Y su lengua lo gritaba cada vez que la utilizaba para limpiar sus boca mojada. Me acerqué el centímetro que nos separaba y me senté sobre él, con las piernas bien abiertas, dejando que su polla penetrara muy despacio mi vagina. Muy, muy despacito hasta estar totalmente apoyada sobre sus piernas. Mi cadera se movía rítmicamente, despacito, mientras seguíamos mirándonos y bebiendo nuestras respectivas copas de cava. Él terminó la suya y la dejó sobre la mesilla. Luego se levantó conmigo en vilo y me tiró sobre la cama, penetrándome cada vez con mayor fuerza, con embestidas cada vez más violentas. De repente se paró y se separó. Sentí entonces liberarse la ola de placer que había estado contenida, por un largo y húmedo lengüetazo en mi coño empapado, seguido de mordiscos intermitentes en mi clítoris. Luego otra vez la lengua, jugueteando por entre mis genitales, mojándolos aún más. Al juego se unieron un dedo, dos, tres, y luego otra vez su polla que se introdujo una última vez para correrse dentro de mi, en el mismo momento que una onda de energía se extendía desde mi vientre hasta mis pechos, desde mi coño hasta mi espalda, y como un escalofrío de placer llegó hasta mi cabeza.
Y luego nada. Vamos te acompaño hasta el metro, me dijo con una bonita sonrisa de satisfacción. Mientras me vestía aún temblaba, pero lo hice y le seguí como un perro a su dueño. Se despidió de mi con un suave beso en los labios. Nos vemos. Ciao, contesté yo. Y justo antes de volver a entrar en el metro, me giré y le grité: ¡Dame al menos tu teléfono! Él, también se giró, y sólo obtuve un beso al aire como respuesta. Y eso, sus implicaciones, precisamente eso, fue lo que más me jodió.

4 comentarios:

Jesús dijo...

Olé Olé!
Indulto!!

KaTchoo dijo...

Mi voto para Patricia, con Un beso al aire ... Suerte :- )))))

Anónimo dijo...

"Un beso al aire" es como una rica comida italiana, se puede saborear apreciando el gusto saboroso en los mas pequeños detalles...lleno de suspense hasta el final. Enhorabuena Patricia, sigue escribiendo

Anónimo dijo...

OPS se me había holvidado...Voto por Patricia