miércoles, 1 de octubre de 2008

Primer relato del concurso y reglas

A continuación os pongo el primer relato que entra en concurso por las esposas forradas y los aceites de sabores.
El voto se hará el último dia, mientras podeis seguir subiendo dudas y comentarios, pero los votos que subais no se computarán. El último dia, cuando se cierre el concurso, se abrirán las votaciones, que durarán una semana.
Suerte a todos, ahi va el primero, de Virginia Macia.



LA MORENA

Estaba exhausta. Las sesiones de aerobic, body- pump, spinning y demás técnicas masoquistas a las que acudía sin excepción cuatro veces por semana la dejaban así sesión tras sesión: sin aliento, ruborizada, sudorosa, jadeante…y satisfecha. Satisfecha porque había sido capaz, un día más, una vez más, de rendir culto al cuerpo que la hacía merecedora de piropos, alabanzas y demás comentarios del tipo “qué bien te conservas”, “ya me contarás cuál es tu secreto”. Y su único misterio, amén de una dieta rigurosa exenta de cualquier grasa y sus diarios dos litros y medio de agua, no era otro que las sesiones deportivas a las que se sometía.
En realidad no le gustaba hacer deporte, nunca había destacado en ello ni le había despertado interés, hasta que tuvo que enfrentarse a la realidad de unas carnes que cedían a la gravedad. Pero ahora, aunque seguía sin gustarle, experimentaba un extraño placer con cada gota de sudor que resbalaba por su frente, por su espalda, por sus brazos y su escote, por sus pezones, por sus ingles depiladas hasta el infinito y hasta por sus tobillos. Las clases eran su purgatorio particular, o así lo sentía ella, y acudía por tanto con devoción propia de religiosa.
Ese día, abatida como otros, había disfrutado de una clase privilegiada al haber contado ésta con pocos asistentes. Esto hacía que, además de poder disfrutar de un espacio mayor en el que verse reflejada en el espejo mientras se agitaba, la clase fuera más relajante y oliera menos a sudor. Con las mejillas completamente rojas, como cuando en su juventud se sonrojaba al descubrirse observada, y el sudor resbalando por cada milímetro de su piel, se dispuso a disfrutar de otra de las ventajas de las clases poco concurridas: duchas libres.
Al llegar al vestuario sólo otras dos señoras estaban en él en ese momento. Estaban en la fase de maquillaje, por lo que dedujo que, ya duchadas y casi acicaladas por completo, habrían asistido a la clase anterior a la suya. Pensó en lo bien que le iba a sentar esa ducha en solitario, y así quería disfrutarla, por lo que apuró a que las otras dos se marcharan realizando ficticios ejercicios de estiramiento.
Una vez sola, se desnudó mientras contemplaba su figura en los espejos laterales de la habitación: estaba venciendo muy dignamente a la maldita gravedad y sus nalgas se veían firmes y altas, sus muslos contorneados y su cintura bien delimitada. Sus brazos, largos y delgados, nunca habían sido un problema, y sus pechos, sus admirados y deseados pechos, permanecían desafiantes ante cualquier movimiento. Sólo un sutil balanceo se apreciaba en ellos cuando saltaba en las clases. Ahora, veinte años después de sus veinte años, se alegraba de no haber tenido nunca una talla excesiva entonces, centímetros de exuberancia que hubiera sido imposible mantener admirables sin pasar por el quirófano. Prefería sus elegantes senos, que cabían en las palmas de las manos, pero las llenaban sin dejar hueco, con sus siempre duros pezones, rosados, maduros, como una fruta en su punto justo de sabor. Le gustaría poder lamérselos, pensaba cuando los miraba como en esa ocasión. Le gustaría poder saborearlos como lo habían hecho tantos amantes deleitados con su tacto.
Tan ensimismada se encontraba en su propia contemplación que no advirtió la presencia de una nueva deportista en el vestuario hasta que ésta se dirigió a ella:
Qué envidia de cuerpo
Al volverse, se encontró con una mujer visiblemente más joven que ella, unos quince años más joven, morena, que, desde su banco, la contemplaba. La sorprendió descubrir que no se cortaba al mirarla, sino que parecía disfrutar con el espectáculo de sus maduras curvas. Se limitó a responder con una sonrisa breve. Pero la joven morena insistió:
Mataría por unas tetas como esas y por tener el culo la mitad de bien puesto que tú.
Entonces se percató de que no dejaba de mirarla, no se había limitado al comentario, sino que persistía en su contemplación. Con un punto de vanidad, apreció que realmente a sus 40 años tenía un cuerpo que la morena con 25, era normal que envidiase. La joven tenía unos pechos de los que ella hubiera sentido envidia 20 años atrás pero que, momentos antes, pensaba que se alegraba de no haber tenido. No medía más de metro sesenta, y a pesar de ser poco menos de lo que medía ella, al pertenecer a un cuerpo con curvas más que generosas, quedaba poco estilizado para una chica tan joven. Pero, no queriendo parecer maleducada, dejó de mirar, volvió a sonreír y se dirigió a la ducha.
La morena la siguió con la mirada.
Ya en la ducha, abrió el grifo, graduó el agua dejándola más caliente que tibia y disfrutó del vapor que lo inundó todo en segundos. Y así, entregada a las bendiciones del agua caliente, cerró los ojos.
No habrían pasado treinta segundos cuando pudo descubrir que la mirada de la morena no escondía envidia ni admiración, sino deseo.
Sintió antes sus manos que su presencia. Aún no había abierto los ojos y sintió unos dedos posarse en su pecho derecho. Al instante, otros dedos hacían lo mismo en el izquierdo. Ahí estaban, como mariposas, posados sin moverse. Y el agua seguía corriendo, y el vapor continuaba ascendiendo inundando el espacio entre ambas.
Abrió los ojos y los encontró, unos centímetros más abajo que los suyos, dos ojos azules que la escrutaban. Y no sabe si fueron esos profundos ojos, el olor almizclado del sudor de ambas mezclado con el vapor, la vanidad de sentirse admirada y deseada a partes iguales por aquella mujer tan joven, o las ganas de experimentar, que no sólo se dejó hacer sino que supo hacer.
Los dedos de la morena dejaron de ser mariposas para convertirse en garras que apretaban los pechos que segundos antes acariciaban. Instintivamente abrió las piernas, levantó los brazos y dejó que la morena la recorriera. Comenzó entre ambas un sincronizado juego: sus manos pasaron de los pechos a la cintura, de ahí a sus nalgas, donde como garras, volvieron a clavarse, y de éstas a sus ingles. Entonces ella comenzó a descender sus brazos por su propio cuello, por sus propios pechos, por sus pezones, y de ahí saltaron sus manos, con la manicura hecha, a los enormes pechos de la morena, que exploraba sus ingles con irritante lentitud. No podía lamer sus propios pezones pero podía devorar los de su contrincante, y eso hizo. El chorro de agua había parado y sólo quedaban el vapor y ellas dos, frente a frente. Mientras sujetaba a la joven contra sí, como tantos hombres habían hecho con ella, pelvis contra pelvis, asió los glúteos de la morena, esos que duplicaban el tamaño de los suyos pero no por ello eran menos atractivos, ya que contaba con las bendiciones de las carnes de menos de 40 años, esas que ella perseguía en el gimnasio día tras día. Los manoseó con desesperación y cuando los hubo recorrido enteros, se centró en esos pechos que la iban a alimentar. Salvaje como nunca, hundió su cara en cada uno una vez tras otra, mientras su compañera echaba el cuello hacia atrás. Aprovechando la ventaja de sentirse la dominante en ese momento, giró a la morena contra la pared de las duchas, y desde atrás, la abrazó dejando que sus manos fueran ahora las que se convertían en garras sobre los pechos que acababa de saborear. Así, con la otra de espaldas, se arrodilló y mordió esas nalgas que ya conocía. Ahora sería la morena la que aprovecharía, que de rodillas, su diosa estaba en desventaja. Se giró lentamente dejando las pierna abiertas y su coño joven como una fruta delante de la boca de ella, que ahora era como un animal, que rápidamente supo qué hacer ante semejante visión: seguir devorando. Con su lengua dibujó el sexo moreno y menos depilado que el suyo de su pupila. Hundió la lengua primero en sus ingles y luego en su vagina, esa cueva de las maravillas. Y de ahí a su clítoris, pulsátil e hinchado, como un pequeño corazón en medio de ese laberinto. Cuando se hartó de hacer, cambió de rol para dejarse hacer: ahora quería ser la víctima otra vez y dejar de ser la depredadora. Al ascender, no pudo evitar lamer los pezones de la morena un a vez más, y en sus últimos segundos de bestia, no pudo reprimir morderlos también, suavemente, haciendo que la nueva animal salvaje acumulara un poco más de deseo si cabía.
La morena la acorraló, de frente, contra la pared, le sujetó las muñecas detrás del cuello y le propinó un pequeño azote en el muslo que la hizo gemir. Así, inmovilizada, le introdujo sus dedos en el coño maduro, en la fruta madura, y tanto fue así que salieron empapados de su jugo. De ese jugo hizo beber a su víctima. Entonces empezó a delimitar su clítoris, accesible al encontrarse totalmente libre de vello, totalmente depilado, cada vez más intensamente, mientras susurraba al oído de su víctima “te he estado esperando tanto tiempo…” No podía más, y así, inmovilizada por una mujer 15 años más joven contra la pared de una ducha de gimnasio, como si de un bendito y delicioso castigo se tratara, se corrió dejando un rastro de jugo escapar del interior de su madurez. Quizá ese era el final de su purgatorio. Entonces, aturdida y agradecida, se dispuso a compensar a la morena ejerciendo de nuevo de dominante ante la que sería una víctima perfecta. Y justo cuando su imaginación iba a empezar a volar sólo para ella, ambas se paralizaron al escuchar la puerta que se abría. Había acabado la clase siguiente y el vestuario volvía a ser un vestuario, y ellas, dos mujeres envueltas en una toalla que se iban a vestir tras la ducha.
Entre el jaleo de las nuevas ocupantes de la habitación, ambas se vistieron, recogieron sus bolsas de deporte y se dirigieron a la puerta. Conforme se acercaban a la salida, ella sentía más y más ganas de coger a la morena, la misteriosa morena, y arrinconarla para devolverle tanto placer, pero era evidente que no era posible allí en medio. Así que ya en la calle, se presentó:
Me llamo Rosa, no me gusta dejar las cosas a medias. ¿Me acompañas a casa?
Y juntas se fueron a terminar el que sería el primero de tantos encuentros para ambas.

1 comentario:

Jesús dijo...

Muy bueno!!!
Aquí hay nivel maribel!