viernes, 24 de enero de 2014

¿Prohibición o legalización?



El debate en la calle.


Siempre que se habla de prostitución se llega al mismo debate. ¿Debería prohibirse o legalizarse? ¿Debemos meter mano a los dueños de los clubs o sólo combatir a los proxenetas? ¿Dónde está la línea que los diferencia? ¿Hay que proteger a las mujeres de la prostitución? ¿Criminalizar a los clientes? Educar a nuestros jóvenes en el respeto a la mujer, ¿es compatible con que usen los servicios de una prostituta tiempo después? Y, por supuesto. el tema más recurrente: ¿cumplen las prostitutas un fin social?






Iremos analizando por partes:


Prohibición o legalización. 


Las asociaciones feministas y de lucha de género son el gran aval de la lucha por la prohibición de la prostitución. El argumento principal que defienden es que la legalización y regularización de las prostitutas sólo ayuda al crecimiento de la industria del sexo, y con ello al engrose de las cuentas corrientes de proxenetas y traficantes de personas. Se presume que estos mismos se convertirán en hombres de negocios, pero, ¿no lo son ya?


La industria del sexo es potente precisamente porque está apartada. La ausencia de control por parte de las autoridades permite que los proxenetas marquen y regulen su mercado a su antojo, y utilicen a las mujeres para conseguir dinero. Con la legalización, las mujeres que trabajan por cuenta ajena en clubs, pisos o casas de contactos, podrían beneficiarse de una ley que las proteja en clubs y que asegure un futuro laboral, cotizando o perteneciendo al régimen de autónomos. De otra manera, los dueños de clubs de alterne seguirán declarándolos como bares u hoteles, de una manera legal o alegal, y dejando la responsabilidad del negocio sexual a las mujeres, con los derechos y deberes que eso conlleva.





La presunción de que los burdeles son ahora ilegales es totalmente falsa. Son completamente legales desde el momento en que su registro mercantil no es el de “burdel” sino cualquiera referente a hostelería y sector servicios. Hacer legal la prostitución no interfiere en la legalidad de los chulos de putas. Siguen siendo tan legales como un representante.


La legalización de la prostitución promueve el tráfico de personas y la trata de blanca. ¿Es eso cierto?. Analicemos por qué se promueve la trata de blancas: porque en un negocio clandestino en el que el único objetivo es ganar dinero a costa de la vida y trabajo de otro, la forma más efectiva de obtenerlo es cargando a cuarenta bielorrusas en un autobús y repartirlas contra su voluntad por diversos puticlubs de Europa. Si esas mujeres tuvieran la libertad de elegir la prostitución como una opción laboral propia, en la que conseguir un dinero rápido o un trabajo para unos años, los proxenetas no tendrían razón de ser. Nadie en su sano juicio se arriesgaría a que la policía cerrara las puertas de su negocio teniendo vía libre para obtener trabajadoras legítimas.





No olvidemos, que al contrario de lo que exponen los tratados anti-prostitución, las mujeres que ejercen esta profesión libremente son tan trabajadoras como una peluquera, una abogada o una panadera. Reciben un monto por su trabajo, que consiste en el intercambio de sexo. No se compra a una mujer, se compra una labor que desempeña durante media hora o una hora. A mi no me compran para picar piedra, yo pico piedra, y por eso me pagan. Millones de mujeres han elegido esta profesión para ganar su sustento durante toda la historia de nuestra humanidad. Nadie debiera juzgarlas. Y millones de mujeres han sido coaccionadas para que su labor sea la misma, eso tampoco lo olvidamos. Pero en tanto una sola mujer quiera ejercer la prostitución libremente, nadie debe condenarla por ello. Sigue habiendo la misma demanda que hace mil años. Y dentro de mil más, los hombres seguirán pagando por sexo, ya sea en libertad o en la clandestinidad. No nos olvidemos de que uno de los derechos básicos del ser humano es la libre elección de trabajo, y la mejor forma de combatir que otros obliguen a alguien a trabajar como puta, es poder garantizar que si lo eliges libremente tendrás unos beneficios sociales.



No hay que confundir un concepto básico. Cada vez que se habla de trata de blancas asumimos que cualquier trabajadora extranjera, latina, africana o del este ya ha sido obligada a trabajar en nuestro país o en otro país Europeo como prostituta. Una cosa son las mafias que reclutan mujeres en el extranjero, las engañan y las encierran en un club. Otra son las empresas que informan a mujeres en el extranjero de la posibilidad de entrar en España u otro país europeo como prostituta, saldar una deuda en concepto de viaje y manutención, incluso en algunos casos de obtención de papeles, y que una vez saldada esa deuda pueden irse o quedarse en sus trabajos. Y otra es la mujer extranjera que está en nuestro país, no tiene recursos financieros y decide picar a la puerta de un club y ganarse la vida. Son distintos grados de obligación. Uno a punta de golpes y pistolas, otro en plan Bankia, ofreciendo un préstamo que tienes que devolver con unas condiciones abusivas, pero que has firmado y aceptado desde un inicio, y otro, el que imponemos todos desde los empresarios que no contratan a mujeres (y hombres) extranjeros hasta los que nos hemos comido esta crisis sin protestar. Lo llamativo -o no-: que cada vez más mujeres españolas recurren a esa misma salida, sobre todo mujeres jóvenes, estudiantes o con carrera universitaria, que no tienen acceso a una salida laboral, ya no digna, sino cualquiera. Y eso, no nos parece trata de blancas.



Los beneficios sociales en caso de la legalización son muy amplios. Los dueños de bares de alterne pasarían a declarar sus empresas como lo que son y eso les obligaría a contratar a las chicas como trabajadoras, con alta en el régimen de la Seguridad Social y un contrato por horas. Si bien es cierto, que en la alegalidad vigente, toda prostituta puede darse de alta como autónoma y cotizar, pero el estar contratada por cuenta ajena le permitiría unos beneficios altos, como derecho a paro, prestaciones y, sobre todo, mutua laboral para poder hacer los chequeos necesarios para su profesión regularmente y de forma gratuita, algo que garantiza la seguridad para empresario, trabajadora y cliente. Y no olvidemos la ingente cantidad de dinero que puede recibir la administración pública de esta operación.



Los clientes, ese estigma de la sociedad. El putero tipo torrente o el chaval que quiere dejar de ser virgen. En un mercado libre, la oferta siempre tiene que responder a la demanda. Los hombres demandan servicios sexuales, por cualquiera que sea el motivo. A veces, sencillamente, por búsqueda de compañía. Muchas otras por vicio. Yo soy muy viciosa, no lo voy a negar. Tengo una personalidad altamente adictiva que me hace engancharme a muchísimas cosas dependiendo de la época. Mi último vicio es tomarme una tónica en el bar de debajo de casa antes de ir a dormir. Tal cual, sin más. Si no la tomo, no duermo. Voy, charlo con el camarero, me río, me acabo mi tónica y me voy a dormir. Y esa misma rutina es la que padecen muchos de los hombres que yo he visto en puticlubs a lo largo de mi vida. Salen del trabajo, van al puti, se toman una cerveza, tontean con una chica, y una o dos veces por semana suben con ella. Nunca olvidéis el espejismo de relación y el síndrome Pretty Woman que sufren estos hombres. Otros quieren probar, algunos quieren sentirse atractivos, , los que más, quieren echar un polvo. Si la prostitución fuera legal, podrían ir de putas sin ser socialmente atacados y juzgados. Y, mejor aún, las prostitutas podrían ganarse la vida de una forma más digna, sin el cargo de conciencia que les imponemos desde el exterior.







Michelle. 


Hay mujeres a las que no les queda otra opción que ser putas. O eso me decía Michelle. Brasileña, rubia platino, tetas enormes, cerca del metro con noventa. Voz varonil, manos fuertes.


Michelle nació como Michel hace casi cuarenta años en un suburbio de Rio. Tuvo claro desde pequeño que quería ser mujer. Que los tacones de su madre le sentaban mejor que las botas de fútbol que le obligaba a vestir su padre. En cuanto cumplió los catorce, fue al médico para pedir hormonas. Le pidieron un consentimiento paterno, y su padre lo que le dio fue una paliza. Cogió las maletas y se fue a Maracaibo con unos parientes. Ahí aprendió a hablar castellano. Trabajó recogiendo fruta y verdura durante dos años, y con dieciséis empezó a coquetear con la prostitución. Sí, estamos hablando aquí de prostitución infantil. Pero también del espejismo mental que se le formaba a Michel cuando, en brazos de un hombre, se convertía en Michelle.


A los 17 juntó el suficiente dinero para empezar el tratamiento de hormonación que tendría hasta los 19. Ahí se vino a España con una prima lejana que sabía que venía a ser prostituta. Los pequeños pechos de Michelle y su cara aniñada le permitieron trabajar en alguna calle de Barcelona hasta que pudo pagarse una operación. Sería la primer operación de pecho de las cuatro totales que se hizo. También una de nariz, de pómulos, labio y caderas. Si su padre la viera por la calle, no la reconocería jamás. Ni siquiera por los ojos, que también le han cambiado, pero no por una operación, sino por la vida.






Michelle siempre me decía que era mujer porque era puta. Que cuando un cliente se corría con ella, era cuando más femenina se sentía. Había pasado miedo al rechazo, pero ya no lo sentía. Toda la inseguridad de la infancia y juventud se había transformado en lo que veía, en aquellas piernas larguísimas aupadas en unos tacones de vértigo, caminando calle arriba y abajo por Oviedo, buscando un coche que le pitara y una oferta que no poder rechazar.


-¿Nunca tienes miedo a que reaccionen mal?


-Mira, cariño, siempre que me subo a un coche primero le tonteo, lo vuelvo loco, quiero que se le ponga tiesa. Y después se lo digo. Me vas a tener que dar por atrás, porque por adelante tienes un obstáculo. No me baja del coche ninguno. En el momento en el que te subes, ya se les hace la boca agua, ya quieren ponerme a cuatro patas, y les da igual lo que yo tenga por delante.


-¿Siempre?


-Alguna torta me he llevado. Alguno me ha dejado tirada en medio de un descampado. Pero son tan tontos los hombres… por eso yo no quiero ser un hombre, me dan asco.


-Parece mentira, porque el hombre putero siempre va de macho.


-El hombre putero quiere sexo. Y cuanto más raro sea el sexo, más difícil sea conseguirlo en una discoteca o en un centro comercial, más le gusta. Le gusto yo porque tengo rabo y le gustarías tú si tuvieras tres tetas o tres brazos. Si le pones cinco morenas y una rubia se van con la rubia. Y yo soy rubia y tengo rabo. Se van a ir conmigo siempre.



No puedo dar número exactos de los servicios semanales que hacía Michelle el tiempo que fue clienta mía, pero yo le vendía una caja de 100 preservativos al mes. Unos se rompen, otros se pierden, algunos no se usan. Pero siempre iba divina, con ropa y complementos nuevos, tenía un dineral en la cartera y las operaciones delatan lo que tenía en el banco. No quiere volver ni a Brasil ni a Venezuela. Quizá sí, algún día, para tocarle el culo a su padre por la calle y ver si se revuelve a intentar ligársela para poder decirle: cuando te dije que quería ser mujer, es porque sabía que podía serlo.

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